La “transmodernidad” de Rodríguez Magda
Por José Luis Abellán
La modernidad empezó a manifestar síntomas de agotamiento desde principios del siglo XX. A mediados del mismo ya estaba reconocido su estado crítico por los filósofos más conspicuos, aunque en España ya nos habíamos manifestado por adelantado, como con frecuencia ha ocurrido en otras ocasiones históricas. Somos un país de precursores. El hecho es que en 1916, Ortega y Gasset ya había dicho que se sentía “nada moderno y muy siglo XX”, previendo que éste habría de ser otra cosa distinta. En efecto, en 1914 –con el comienzo de la II Guerra Mundial- había quedado claro que Europa –que había hecho de la modernidad su buque insignia- estaba en crisis. En 1933 Ortega explicitó de forma tajante: “la modernidad ha concluido”.
Me parece que fueLyotard el primero que empleó el término “posmodernidad”. Era una forma de testificar una situación, dándole un nombre de referencia; en realidad, no podía hacerse otra cosa, puesto que entonces no se sabía lo que había de seguir a la modernidad. La “posmodernidad” era otra cosa, desde luego, pero ¿qué?
El término no podía ser más insatisfactorio, e incluso los que los usaban tomaban distancia, explicitando sus reservas. Nadie quería asumirlo en su plenitud, pues todo el mundo era consciente de que en la modernidad se habían producido conquistas históricas que resultaban irrenunciables, el paso por la modernidad había sido definitivo y concluyente para la humanidad, y esto no se podía obviar.
En esta perplejidad nos debatimos todos hasta que alguien se adelantó con una intuición que a mi me parece genial. A Rosa Mª Rodríguez Magda, una inteligente filósofa valenciana, se le ocurrió el término de “transmodernidad”, que puso en circulación en 1989 con su libro La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna (Anthropos). La honestidad de la autora le lleva a reconocer que el término surgió en el curso de una conversación con Jean Baudrillard durante 1987. El cambio de impresiones con el filósofo francés –que ya había utilizado términos como “transexuel” o “transpolitique”- fue fructifero, y de ahí surgió la propuesta que ya esbozó en un capítulo del libro citado y que después desarrollará en el libro Transmodernidad (2004), del que ahora queremos ocuparnos con más detenimiento.
Los excesos de la modernidad, denunciados con lucidez por la Escuela de Frankfurt, nos pusieron sobre la pista. En los años setenta y ochenta del siglo pasado, ya era un lugar común de la filosofía francesa e italiana que habíamos entrado en una época de pensamiento débil y lo light fue una nueva sensibilidad vital que trascendió a todos los órdenes. Como suele ocurrir en la historia, los cambios de orden mental se traducen en otros de orden tecnológico. Y así ocurre que, si la modernidad es indiscernible de la consolidación de una sociedad industrial, la época que había de sucederle –llamémosle todavía “posmoderna”- era a su vez inseparable del incremento de los servicios y del sector terciario. La nueva tecnológica de la comunicación que entonces empezó a imponerse iba en esa línea, provocando un paulatino adelgazamiento de lo real. Este detrimento de la realidad se hace en beneficio de un crescendo de lo virtual. El protagonismo del simulacro y de la hiperrealidad se ha convertido en uno de los escenarios sustanciales de nuestra vida. Y ello supone la entrada en una nueva época de la historia de la humanidad para la que no tenemos precedentes.
El hecho de que esta época viniera después de la Edad Moderna hizo recaer la atención sobre el vocablo “posmodernidad”, pero el tiempo ha dejado claro que esto no puede suponer un “vale todo”, reinante ahora en tantos sectores del mundo y de la sociedad, que han caído en la anomía y en el caos. Hay que retomar las riendas del objetivo que en su día se marcó la Ilustración: la liberación del hombre de ataduras ancestrales en busca de una autonomía conducente al triunfo de la libertad, de la igualdad y de la solidaridad, pero la consecución de estos ideales clásicos debe hacerse mediante correcciones imperiosas: la aspiración a la justicia, a la racionalidad, a la democracia, a la responsabilidad, deben adaptarse a cada persona y a cada situación concreta aplicando el principio de la diferencia que garantice la dignidad humana en cada caso particular. Es en este contexto en el que surge el término de “transmodernidad”, al que Rodríguez Magda define asi:
“La transmodernidad prolonga, continúa y transciende la Modernidad, es el retorno de algunas de sus líneas e ideas, acaso las más ingenuas, pero también las más universales…… Pero es un retorno, distanciado, irónico, que acepta su función útil …,,.. La Transmodernidad es el retorno, la copia, la pervivencia de una Modernidad débil, rebajada, ligth. La Transmodernidad es lo potsmoderno sin su inocente rupturismo, la galería museística de la razón, para no olvidar la historia, que ha fenecido, para no concluir en el bárbaro asilvestramiento cibernético o mass-mediático; es proponer los valores como frenos o como fábulas, pero no olvidar, porque somos sabios, porque nuestro pasado lo ha sido…..La Transmodernidad es imagen, serie, barroco de fuga y autorreferencia, catástrofe, bucle, reiteración fractal e inane; entropía de lo obeso, inflación amoratada de datos; estética de lo repleto y de su desaparición, entrópica, fatal. Su clave no es el post, la ruptura, sino la transubstanciación vasocomunicada de los paradigmas. Son los mundos que se penetran y se resuelven en pompas de jabón o como imágenes en una pantalla. La Transmodernidad no es un deseo o una meta, simplemente está, como una situación estratégica, compleja y aleatoria no elegible; no es buena ni mala, benéfica o insoportable… y es todo eso juntamente… Es el abandono de la representación, es el reino de la simulación, de la simulación que se sabe real “(1).
La “transmodernidad” comparte el criterio de abandonar los “grandes relatos”, pero sin renunciar a la teoría, a la historia, a la justicia, a la autonomía del sujeto; es un propósito de asumir las críticas posmodernas, llevando la modernidad más allá de ellas, en la busca de un nuevo paradigma. Desde este punto de vista, Rodríguez Magda va recorriendo los grandes temas que el siglo XXI ha convertido en urgentes.
Desde que el estructuralismo decretara que “el hombre ha muerto”, la polémica sobre la crisis del sujeto se mantiene viva, pero una cosa es que el sujeto no sea ya el centro del universo y otra que haya muerto, y esto no lo podemos aceptar. Hay mucha distancia entre declarar su inexistencia y aceptar su fragmentación y su debilidad,que, marcada ahora por la nueva sensibilidad digital, convierte al mando a distancia en el rey del hogar.
El mundo ha cambiado y va a cambiar todavía más. Se dice que vivimos en la era de la “globalización”, pero es un hecho que las identidades culturales (nacionales, étnicas, regionales…) se convierten en protagonistas activos de la política y de la dinámica social, provocando resistencias y alteraciones violentas. Por eso Rodríguez Magda nos habla de “glocalización”, propiciando un equilibrio entre los intereses locales y los globales. Todo ello enmarcado en un mundo donde “de la luz de la Razón se ha pasado a la fibra óptica”. El mundo pasa por la pantalla del ordenador y las ya vieja y obsoleta Enciclopedia ha sido sustituida por la Red, donde se encuentra el saber universal para el hombre contemporáneo. Esto conduce a la autora a meditar sobre “la extinción de la mirada”, donde el mundo de lo virtual ha adquirido primacía. “Hoy –nos dice Rodríguez Magda-, la mirada recuerda menos incipientes sistemas penitenciarios que la presencia furtiva de las cámaras de vídeo estratégicamente dispuestas para nuestra seguridad, en los grandes almacenes, en las carreteras, en los bancos, en los parkings. Se trata de una presencia aceptada, basada en el primado de la transparencia y la seguridad de los Estados democráticos tardocapitalistas. Sentirnos observados es la condición habitual, en la que ya no reparamos, como si la realidad adquiriera su verdadera dimensión al ser registrada, reduplicada, archivada sin cesar ante los ojos aburridos de los guardias de seguridad; la sociedad se defiende así de los riesgos y consolida su modernización tecnológica. El ciudadano se siente, más que espiado, protegido ante los márgenes violentos del sistema” (2).
En esta línea de investigación resultan interesantes sus reflexiones sobre “el retorno de lo sagrado”. Es posible que estemos en los inicios de una vuelta a la religión, aunque bajo parámetros muy alejados de los eclesiales. Podemos pensar que, incluso conductas aparentemente muy alejados de lo religioso, nos acercan a ello. En trantrismo, el yoga meditativo, la erótica iniciática, el uso de las drogas, pueden ser –y de hecho lo son, en muchos casos- formas de acercamiento al éxtasis místico. Y es que, bajo la intrascendencia de lo virtual, se oculta muchas veces la añoranza de la trascendencia y la búsqueda del sentido de la vida.
Quisiera terminar este esbozo de la filosofía de Rodríguez Magda refiriéndome a algunos aspectos concretos de su filosofar, ya que es una pensadora que no rehuye el compromiso cuando considera necesario hacerlo. Así, por ejemplo, se erige en defensora de lo español y de lo europeo, sin que lo uno represente incompatibilidad con lo otro. Al contrario, una Europa pluricultural como la que estamos construyendo, no puede prescindir de ninguna de sus partes; todas las patrias que la constituyen, así como los flujos migratorios que hay la enriquecen son necesarios. Se impone una meditación sobre la identidad y la diferencia, como la que nosotros hemos hecho en otros lugares de nuestra obra, para reivindicar la noción de patria, tan mal vista en determinados ambientes. La autora se enfrenta a los que vienen a identificar España como lo innombrable, defendiendo el patriotismo como nombre de una identidad compartida con el orgullo de quien sabe que esa patria no es la de la raza o la lengua, sino el depósito de acervos multiculturales, multirracionales y multinacionales integrados en un espacio común. La patria se forja con la aportación de pueblos diversos que confluyen en un espacio y se constituye en foco de resistencia de un destino compartido, de la misma forma que Europa es la suma de diversas patrias y es, por tanto, una realidad pluricultural que tiene derecho a la vida propia dentro de la globalización general de las multinacionales; de aquí la invocación que hace Rodríguez Magda a una “resistencia cultural europea”, donde todos los niveles de diferencia son legítimos.
Este pensamiento tan rico, donde el diagnóstico de la “transmodernidad” se hace protagonista, constituye un hilo conductor privilegiado para no perderse en el laberinto de nuestro tiempo. Mucho de lo dicho aquí puede ser aplicado a otras realidades: el sexo, la política, la ética, los derechos humanos, lo femenino, la familia…. Ello exige poner en marcha la epistemología fronteriza que propone la autora y que se traduce en una riqueza intelectual y crítica muy apta para orientarse en el marasmo de un mundo donde grandes colectivos han perdido el norte. Rodríguez Magda se ha ingeniado con una brújula muy apta para recuperar las riendas de una civilización desorientada.
N O T A S
1. Rosa Mª Rodríguez Magda, “El porvenir de la teoría: la transmodernidad”, en La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna, Anthropos, Barcelona, 1989; págs. 141-142.
2. R. M. Rodríguez Magda, Transmodernidad, Anthropos, Barcelona, 2004; pág. 177.
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